Besos
*Aclaración: este texto no se refiere ni hace alusión en ningún momento a la canción del grupo de música español El Canto del Loco.

Foto: Unos jóvenes Macaulay Culkin y Anna Chlumsky se dan su primer beso en ‘My Girl’ (Howard Zieff, 1991).
Me he asustado un poco leyendo los significados de la palabra beso en el Diccionario de la Real Academia Española. El tercero y el cuarto dicen lo siguiente: “Golpe que se dan las cosas cuando se tropiezan unas con otras” y “golpe violento que mutuamente se dan dos personas en la cara o en la cabeza”. Lo había imaginado más romántico, sinceramente, pero a los románticos ya no nos queda ni el lenguaje, parece.
Luego, esa misma entrada del Diccionario también habla de tipos de besos: beso de Judas, el que encubre traición; beso de paz; beso volado, el que se da a distancia con el gesto de los labios y un ademán de la mano; y el beso negro, una práctica sexual que consiste en besar el ano de otro. Este último algunos y algunas lo echarán tanto de menos como el beso que se da por cariño, amistad, amor y con pasión y que ha sido puesto en cuarentena por la pandemia del coronavirus. Por suerte, o no, las normas siempre han sido más atractivas en el momento de infringirlas. Porque dudo mucho, muchísimo, que, en todo este tiempo, y el que queda, ninguna pareja vaya a comerse a besos, lo que implica besar a alguien con repetición y vehemencia (por cierto, qué poderosa es esa palabra, vehemencia).
“El más difícil no es el primer beso, sino el último”, dijo el poeta Paul Géraldy.
Mi primer beso lo di estando en Primaria, a una niña sevillana (hoy toda una mujer).
En el colegio, cuando llegaba fin de curso, nos llevaban en manada a alguno de los bosques cercanos a la ciudad, como puede ser el monte Alba, para llevar a cabo una placentera jornada de pícnic. Tras el viaje en autobús, allí nos soltaban para campar a nuestras anchas hasta el atardecer, momento del regreso. Hacíamos grupitos, tendíamos los manteles y las toallas, sacábamos los táperes con tortilla y empanada de jamón y queso que nos habían preparado con cariño nuestras madres, y nos disponíamos a comer y a jugar. En realidad, era el día más esperado de cada curso escolar.
Por entonces, La Sevillana y yo ya estábamos de novios, pero solo en la teoría. Era muy bonito, porque jamás nos habíamos tocado. En aquella excursión, escondidos del resto tras unos arbustos, y con una compañera de clase que ofició algo así como una boda entre los dos, nos dimos nuestro primer beso. El acto fue del todo íntimo, pero pronto se corrió la voz.
Ante tal escena, sacada casi de la Biblia, todo lo que vino después no estuvo a la altura, lógicamente.
Sobre el primer beso en pantalla hay que decir que sucedió en abril de 1896, en la película The Kiss, y no fue tan bonito como el que nos dimos La Sevillana y yo. Fue un encargo de Thomas Alva Edison al director William Heise. La filmación dura apenas un minuto y el beso entre John Rice y May Irwin solo 16 segundos. Rice era un actor de teatro en Broadway e Irwin, una actriz, cantante y estrella de vodevil. Juntos habían representado sobre las tablas The Widow Jones, en la que se besaban. Así que lo que hizo Edison fue, básicamente, una recreación de aquella escena. El revuelo que causó ese único plano no tiene precedentes.
Sobre el primer beso en la historia del cine, un crítico mencionó: “Un espectáculo completamente desagradable”. ¡Ni que los protagonistas fueran sus padres! Estaría bien poder preguntarle a ese crítico cómo logró enamorar a su mujer, si es que lo consiguió. Lástima que no podamos hacerlo, pues a estas alturas yacerá en su lecho de muerte, no como ese beso, que es inmortal, como todos los primeros besos, de alguna forma.
No obstante, a su favor manifestaré que antes de 1900 las muestras de afecto en público eran tabú, incluso ilegales. Sin ir más lejos, se castigaban con multas, cárcel y los casos más extremos, con la muerte. Solo a partir del siglo XX dejamos de pensar que darse la mano en una plaza entre extraños era un acto provocador, revolucionario, escandaloso.
A partir de ese momento, el cine se llenó de besos, picos, ósculos y morreos de todo tipo (el Kamasutra recoge hasta 22 categorías diferentes). Aunque en España, en los primeros años del franquismo, la censura los eliminaba de las películas extranjeras. Mientras que en las películas españolas se daban en la frente o de espaldas. Pero eso no ocurría solo en la dictadura española, y es en este momento cuando recuerdo, casi con lágrimas en los ojos, el final memorable de la italiana Cinema Paradiso. Ay, Alfredo, volvería a ver la película infinitas veces con tal de llegar emocionalmente abatido a ese final, tutelado por la música de Ennio Morricone, el flamante Premio Princesa de Asturias de las Artes.
No existe nada más bonito que besarse, abrazarse, quererse.
Así lo cree también Jake en Sweet Home Alabama, cuando besa a Melanie en su niñez. Ella le pregunta que por qué quiere casarse. Él le responde:
- Para poder besarte cuando yo quiera.
Qué inocente, pensarán algunos casados.
Mi beso favorito en el cine, uno de tantos (es rara la película que no incluya algún beso, da igual el género), está en El hombre tranquilo. Es el beso robado de John Wayne a Maureen O’Hara, acompañado por una bofetada. Aunque igualmente voy a mencionar el beso nada desdeñable que se dan un rato después, esta vez correspondido: el día está soleado, ella empieza a correr y él corre detrás de ella. El cielo se oscurece y, repentinamente, se pone a llover. La pareja no tiene lugar donde resguardarse de la tormenta. Él pone su chaqueta sobre los hombros de ella. Ella, asustada, busca refugio en su pecho. Sus ojos se encuentran y, poco después, sus labios también.
La lluvia y los besos. Los besos y la lluvia. Un gran idilio de la gran pantalla, pues la lista es larga:
Cantando bajo la lluvia, Desayuno con diamantes, Persiguiendo a Amy, El diario de Noa, Spiderman (con Tobey Maguire y Kirsten Dunst, los Peter Parker y Mary Jane Watson buenos), Match Point, etc.
Ahora que los besos corren peligro en el cine, y en la vida real también, con las nuevas normas de seguridad, que incluyen guardar la distancia y la higiene en los rodajes, para acabar me gustaría añadir, por si no había quedado claro, que los besos tendrían que ser algo elemental (mucho más que el queso), al contrario de lo que pensaba el escritor Raymond Chandler (“el primer beso es mágico, el segundo íntimo, el tercero rutinario”).
De hecho, quisiera saber quién fue el loco o loca que inventó el beso, tan solo para devolvérselo…

Foto: John Wayne y Maureen O’Hara (la pelirroja más guapa del cine), momentos antes de recibir un beso robado, en ‘El hombre tranquilo’ (John Ford, 1952).
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