- Si no creen en nosotros, estamos jodidos. Y yo creo que no creen. Por lo menos en mí no creen. Y en ti, tampoco.
- Da igual, Amador, nosotros creemos en ti.
- Pero tú no eres Dios.
Este es un diálogo de la tremenda película Los lunes al sol (Fernando León de Aranoa, 2002), fácilmente reproducible por cualquier persona que haya sido víctima de un despido y se encuentre en búsqueda activa de empleo.
Hace casi dos años, teniendo trabajo en Madrid, recibí una llamada para volver a casa. A casa en mayúsculas. A mi ciudad natal, a un sitio de referencia en mi juventud, al que siempre estaré agradecido, y al lugar en el que di mis primeros pasos, en varios de esos veranos universitarios que para algunos eran infinitos y festivos, pero que para otros como yo eran de aprender y picar piedra en búsqueda de ópalo.
Mi decisión fue hacer las maletas y regresar. Ya se sabe lo que significa eso para un gallego morriñento. Porque, en realidad, los gallegos somos lo más parecido a E.T., el extraterrestre: aparte de ser especiales, solemos marchamos de casa un poco perdidos y, en cuanto se nos presenta la oportunidad, regresamos al hogar, a pesar de que fuera nos sentimos bien acogidos.
Pero, bueno, a lo que iba: casi dos años después, de idas y venidas, cambios, sacrificio y entrega, la relación contractual ha terminado. Supongo que la maldita crisis del Covid-19 (aunque el periodismo casi siempre ha estado en apuros), entre otras cosas, habrá influido, como le habrá sucedido lamentablemente a tantas otras personas de otros sectores.
Normalmente, anunciamos abiertamente las contrataciones. Las publicamos en redes sociales a la espera de un reconocimiento todavía mayor que el de conseguir un empleo (la reverencia social), una actitud totalmente loable y humana. Sin embargo, no nos sentimos cómodos informando de los despidos y cargamos con toda la responsabilidad de la situación, cuando no siempre depende de uno mismo (la mayoría de las veces, de hecho). Comunicar un cese es el primer paso para reconocerlo y pasar página, incluso para encontrar un nuevo trabajo. Así que, desde esta pequeña tribuna, también aprovecho para publicitarme y ofrecerme como periodista y comunicador especializado en cultura y deporte que soy, con experiencia en información autonómica y local, que ha trabajado en prensa, radio y medios digitales.
A estas alturas, mis sentimientos son imaginables. De hecho, diré que se parecen a los de Amador en Los lunes al sol, aunque yo lo manifestaría de la siguiente manera: nos enseñan que con trabajo (unido al talento) se llega a todas partes; pero, a veces, ni siquiera el trabajo es suficiente o tiene recompensa. Y no por eso hay que dejar de intentarlo, o, al menos, persistir hasta que eso sea posible. Creo que eso es algo que, tarde o temprano, todos aprendemos. Incluso Walt Disney, antes de fundar la compañía de dibujos animados más exitosa, fue despedido del diario local Kansas City Star, porque, según su editor, “le faltaba imaginación y no tenía buenas ideas”.
Ante esta nueva (y diferente) hoja en blanco, lo más pesimista sería comentar que no sé si volveré a ejercer de periodista. Y, aunque la situación actual invite al desánimo, no me gustaría caer en él. O no excesivamente por un tiempo prolongado. Ya se sabe: para entender la vida hay que mirar hacia atrás, pero para vivirla hay que mirar hacia adelante. Por pura necesidad, vaya. Huyendo del acertado consejo de Javier Gómez Santander, experiodista y guionista de La casa de papel, y que me recordó un buen amigo: “Para trabajar, las vocaciones lo justo”, mi deseo no es otro que poder volver a contar historias, de cualquier forma. Y continuar escribiendo. Eso es lo único que sé hacer más o menos bien, creo.
Foto: Yo mismo durante la cobertura de un mitin político en la pasada campaña electoral de las elecciones gallegas del 12 de julio de 2020. Imagen de Marta G. Brea.
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