Lugares comunes
Foto: Claudio Beauvue y John Guidetti se lamentan tras fallar la oportunidad que hubiese certificado el pase a la final de la Europa League, ante el Manchester United, el 11 de mayo de 2017. Imagen de Ricardo Grobas (Faro de Vigo).
“La oportunidad perdida”. A menudo leo titulares con esa sentencia. Da igual el ámbito. Ocurre en el deporte, en el cine y, por supuesto, en la vida. Es uno de esos lugares comunes del lenguaje considerado un vicio por su uso excesivo, tanto que su significado ha sido desgastado y convertido en algo trivial. Hay miles de ejemplos. Cito algunos: con el corazón en la mano, baño de masas, marco incomparable, mirada cómplice, rabiosa actualidad, sueño efímero… Así, hasta el infinito y más allá. Por cierto, esto último también podría considerarse un lugar común…
En periodismo, su uso está extendidísimo, de forma exagerada: muchas publicaciones están plagadas de estas frases hechas, lo cual no dice mucho a favor de nosotros los periodistas, ya que esta opción, poco literaria, demuestra, además, poca imaginación de quien la expresa.
En mi primer año en Madrid, uno de mis profesores, una pluma reconocida del diario El País, nos prohibió utilizar cualquiera de esos lugares comunes en las redacciones de su materia. De lo contrario, por muy buenas intenciones que tuviera el texto, por muy excelente que estuviera escrito, la crónica o el reportaje pasaba a no ser válido y, por lo tanto, incalificable.
Manifestarse sin caer en lugares comunes supone a veces un enorme esfuerzo, pero se puede, y el resultado es bastante más satisfactorio. Claro que hay excepciones.
El Celta de Vigo es un lugar común en sí mismo: el equipo que siempre tropieza contra la misma piedra, el equipo que nada y nada para morir ahogado en la orilla, el equipo de los trenes y las ocasiones perdidas. De la última se cumplen ahora tres años.
Sucedió el 11 de mayo de 2017, en Manchester, en el teatro de los sueños, Old Trafford, otro lugar común y mítico. El Celta cayó eliminado por un pensamiento recurrente en las cabezas de los aficionados celtistas: el mal escogido pase de Claudio Beauvue y el remate fallido de John Guidetti en el último minuto de descuento de las semifinales de la Europa League.
Al día siguiente, “cruel final”, otro lugar común, fue una de las afirmaciones más repetidas en los distintos programas de televisión y una de las frases más usadas en las crónicas para describir el desenlace de aquel partido.
Sin embargo, por entonces, la derrota, con la miel en los labios, ya era un lugar común en la historia del Celta.
El 11 de mayo de 2017 se parece mucho al 8 de febrero de ese mismo año, cuando el equipo de Eduardo Berizzo fue eliminado por el Alavés en semifinales de Copa del Rey.
El 11 de mayo de 2017 se parece mucho al 11 de febrero de 2016, cuando perdió en semifinales de Copa ante el Sevilla.
El 11 de mayo de 2017 se parece mucho al 30 de junio de 2001, cuando, esta vez con Berizzo como jugador, se dejó remontar por el Zaragoza en la final de Copa, celebrada en el Estadio de La Cartuja de Sevilla.
El 11 de mayo de 2017 se parece mucho al 20 de abril de 1994, cuando tampoco levantó la Copa, igualmente ante el Zaragoza, tras caer desfallecido en la lotería de la tanda de penaltis.
El 11 de mayo de 2017 se parece mucho al 4 de julio de 1948, cuando, todavía en blanco y negro, se gestó el primero de esos trenes perdidos en la final de Copa, aún del Generalísimo, contra el Sevilla en el Estadio de Chamartín.
Por suerte, o no, la vida no es tan simple como los lugares comunes o las metáforas, es bastante más compleja. Y, en la vida, si pierdes un tren, luego, unos minutos, unas horas o unos días después, pasa otro.
“Algún día golpearemos tan fuerte la puerta que caerá”, expresó en una ocasión, también cayendo en un lugar común, el filósofo más parecido a un entrenador de fútbol que he visto, el mismo Berizzo.
“Estoy seguro de que volveremos. Yo voy a luchar por intentar volver”, dijo aquella noche de mayo, entre lágrimas, el que sigue siendo el ídolo de la afición celtiña, el irrepetible Iago Aspas, tras tropezar contra la misma piedra, tras nadar y morir en la orilla, tras la última oportunidad perdida. A la siguiente será la vencida.
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